Un día de ruta

Caminaba por un camino carretero. Hoy se encuentra asfaltado para ir más deprisa y ganar tiempo al tiempo. De momento no es mi caso, camino solo y con un  pensamiento, recorrer una ruta por nuestros parajes,  gozando de la naturaleza y alcanzar la cima de La Sierra La Cabrera. Una primera parada en el mirador del embalse Malpasillo. A mi encuentro una bandada de grajillas levantan en vuelo despavoridas de unos eucaliptos secos. Unas palomas bravías, más tranquilas posadas en los muros de las compuertas, esperando el día. 

Decorando el rellano y la ladera hay unas pitas con las puntas muy tiesas del relente de la noche. El sol saliente se refleja en las aguas tranquilas del pantano. Una lámina de agua adormecida, un espejo donde el azul del cielo parecía poder tocarse. Un espejismo con vida propia partido en pedazos. Unas fochas comunes salieron de las aneas, pateando sobre el agua, rompiendo la magia de la mañana. Seguí caminando por el paraje de Juan Zarco, un camino bacheado y destrozado para ganar un palmo más al campo de labor. Las arcillas, los yesos y los cantos rodados afloran al paso. El arroyo de La Palomera lo atraviesa, con las correntias de la lluvia, cada vez va más profundo e intransitable.   Rodeado de olivos hojiblanca, lechines y picuda. De sus ramas cuelgan las aceitunas, verdes, moradas y negras, esperando ser recolectadas para el molino.  Paso a paso voy llegando al paraje del Portalejo, donde sale una vereda que corta el monte bajo de Los Serruchos. Una  parada  en el mirador del meandro Isla víbora. El río Genil deja constancia de tanta belleza paisajística. El Castillete, los arroyos de La Cantera, el Pontón, el Algarrobo. Un paraje natural donde la Sierra de La Cabrera da fe de tanta hermosura por ser la atalaya del término. Entre pinos carrascos, acebuches, retamas, romeros, espartales, esparragueras, aulagas  y crestones de calizas dolomías caminaba disfrutando de la naturaleza.



La fauna escurridiza no se deja ver. Los cazadores con perros y escopetas los atosigan. Con las primeras aguas de la otoñá, la flora se anima a lucirse. El azafrán silvestre, la mandrágora, los ranúnculos,  los lirios de invierno y los primeros espárragos asoman. La vereda me lleva al arroyo del Pontón, una joya de la Botánica en nuestro entorno. Por mi afición a la flora cuento con más de quinientas especies. La Geomorfología y la Geología hablan de dos bloques de yesos unidos en el periodo Triásico de la era Mesozoica hace unos 250 millones de años, dando lugar a un puente o túnel. Para los vecinos de Badolatosa y la aldea de Corcoya un milagro de la naturaleza al unir las dos vertientes. Bajé a su cauce para disfrutar del milagro. Desde el interior de la gruta de yesos contemplo un trabajo de placas que se abrazan y se dan la mano, una Catedral natural. Corre el agua del manantial de la pililla de la ermita.  Va saltando en pequeñas charcas que la erosión ha formando con los años. Bloques de otros materiales que el arroyo ha arrastrado con la fuerza de las correntias, acompañado de adelfas florecidas, un cañaveral y unas higueras perdiendo las hojas. Sigo mi ruta cuesta arriba a los pies de la sierra. La vereda pasa junto a los restos de unas ruinas, unas edificaciones  de las minas Melito. Pozos y entradas a las galerías de la mina sin señalizar, torres de mampostería haciendo acto de presencia del cable aéreo. Oficinas, viviendas, enfermería, polvorín. Unas tolvas donde almacenaban el mineral de hematites para ser trasportado en vagonetas por el cable aéreo. La historia de las minas Melito, una tragedia con hechos reales y callada. Bajo tierra quedaron los cuerpos de los mineros, sepultados y olvidados. La vereda se va estrechando y da paso a un sendero. Una subida que, por su desnivel, se hace más pesada. Hay tramos más alegres y llenos de colorido, las florecillas de los ranúnculos de color amarillo, una alfombra con miedo a pisar. 



Poco me falta para la cumbre. A mi lado, la cortadura de la mina a cielo abierto, un daño  al medio ambiente. Una huella al paisaje imborrable por el hombre. Algunos pagaron con su vida, sin ser  culpables. Un muro de rocas rodea la atalaya por la cara norte y oeste de la sierra. Como defensa del enemigo o para guardar el ganado. La presencia de cascotes deja claro que otras civilizaciones poblaron la cima, dejando su paso en la historia.
 
Pocos metros me faltan para alcanzar la meta, la cima de La Cabrera. En el vértice Geodésico a 450 metros del nivel del mar. Una panorámica de 360º, donde la vista alcanza cuatro provincias. Córdoba por el Norte, Granada por el Este, Málaga por el Sur y Sevilla por el Oeste. 



Un cielo azul y el viento acariciándome el rostro, un silencio y una soledad buscada, me siento más libre y la paz me llena el alma. Unos bloques de calizas plegadas y levantadas como torres resaltan en la cumbre. Los acebuches, las encinas, coscojas, lentiscos, cornicabras, mata gallos, las jaras, junquillos…una flora mediterránea decorando la sierra. En el espacio vacío surcan una pareja de cuervos con sus graznidos.  Un búho real escondido en un recodo levanta el vuelo. Los cernícalos se dejan ver. El río Genil acaricia la Cabrera a su paso. En su cauce, las aves acuáticas como las polluelas, los porrones, silbones,  azulón real, el calamón, rascones, garzas reales…con la vista puesta en unos aguiluchos laguneros que merodean entre los álamos blancos, los olmos,  los tarajes, sauces, cañaverales, carrizos, espadañas… Vivo unos momentos de mi vida que quisiera y me gustaría compartir con tantas personas que, por algunas circunstancias de la vida, nunca tuvieron la suerte de sentir esta sensación, físicamente, de subir a este punto. En el horizonte, la vista se pierde y alcanza  poblaciones, campiñas, montañas, cordilleras, valles… Vivir rodeado de tanta vida y libertad. Vivimos tan acelerados que no sabemos valorar ni apreciar lo que tenemos a nuestro lado. Hay una pincelada gris en el paisaje. La falta de lluvia y no caer en el momento justo. Las plantas tienen las hojas arrugadas y caídas, los pastizales secos. Unas gotas de agua del cielo llenarían de color el campo, tomaría un verde alegre y agradecido.
 
A lo lejos veo una piara de cabras pastando por sierra Larga. Un perro pastor, con sus ladridos, las va controlando sin perderlas de vista. Los cencerros se escuchan con un sonido hueco, tolón, tolón y otros como unas campanillas. En cabeza, el cabrero, con su garrote en la mano y un hatillo a las espaldas, detrás, el rebaño entre la maleza y arboleda. Una voz de vozarrón se escucha jaleando a los animales en el silencio del monte.
 
Otro día más caminando en compañía de mi sombra y mi bastón de acebuche. Lleva mi nombre grabado y mi firma, unas aves volando en libertad.  Veinticinco años a mi lado apoyándome por caminos, veredas y senderos. Un buen amigo y compañero de rutas. Paso a paso por cerros, sierras, arroyos, ríos… sin prisas. Voy observando y tomando nota de cada planta, animal, minerales, rocas y fósiles de nuestro entorno. Un ecosistema donde los seres vivos conviven y se relacionan entre ellos. Aprendo a respetar y valorar el significado de la cadena de la vida, donde cada especie forma parte de la naturaleza. Nosotros somos el eslabón que incumple las normas: contaminando las aguas y la Tierra, depositando vertidos, colocando trampas y cebos envenenados, quemando el monte, destruyendo y desmontando las sierras… Un día de ruta, donde mi mente y mi alma son una sola. Me siento libre caminando y descubriendo cada rinconcito de mi término, Badolatosa.
 
De paso por la vida.
 
Juan Reyes.

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