ENCARNA “LA DEL ZAPATERO DE LUCENA”

Hay fechas para todo. El día nueve de julio es una más. Este día lo recordaremos por un doble motivo: de tristeza al despedir a un ser querido; de alegría por compartir tantos años junto a sus amigos y familia. Despedir a una amiga, por muchos años que tenga, no es agradable. En este caso Encarna estaba viviendo sus noventa y cuatro. ¿Cuantos decimos “¡Ay, si yo los pillara!”? Cumplir años es buena señal, pero no es todo si vives mucho y mal. Lo importante es tener salud, saber disfrutar el momento y compartir la vida con la gente que quieres y te quieren.
 

A Encarna la conocí hace tiempo. Mi profesión de albañil fue la razón para entrar un día en su vida. Esta mujer tenía un temperamento fuerte y una sonrisa agradable, así conseguía que un albañil arreglara los desperfectos de su casa. Fue naciendo una amistad cada vez más grande. Mi trabajo le gustaba y mi comportamiento con ella.
 

Encarna era una persona encantadora para todo el mundo. No podía tener enemigos a no ser por envidia o malos pensamientos. Siempre la recordaré como una amiga que me escuchaba.  Hablábamos de todos los temas. Ella con su temperamento y de cuerpo fuerte, era blanda de corazón.  No era la primera vez que sus lágrimas corrían por sus mejillas, se emocionaba muy fácil y los problemas del mundo eran suyos. Una lectora  de libros, ¿cuantos han pasado por sus manos? Una mujer culta que se lo ha trasmitido a sus hijos. Yo la recordaré con un libro en sus manos, una sonrisa alegre, una luchadora por su familia. La recordaré sentada en la puerta de su casa en la calle “Ancha” con su familia y sus amigas, disfrutando de su compañía. Ese grupito con tan buen rollo y tan buenos momentos vividos. Llenaba la calle de alegría. Todos se paraban para saludarla, todos la querían por su comportamiento en esta vida y hacia los demás.
No dejaré en el tintero que Encarna era una hija del “Zapatero de Lucena”. Un vecino de Lucena de profesión zapatero que un día se enamoró de una badolatoseña. En muchas ocasiones le  pedí  las herramientas de la zapatería de su padre.  Frasquito hacía muchos años que  falleció. Exponerlos en mi humilde museo de artes y costumbres era una ilusión pendiente. Su respuesta siempre era la misma, otra vez será. Un día, sin decirle nada, ella me los ofreció. “Juan creo que tú valoras esas herramientas mucho y pienso que en tus manos estarán en buena custodia”. “Solo quiero quedarme con el martillo zapatero como recuerdo de mi padre”. Ese martillo tiene un significado muy emotivo para ella y para mí. 

 




Hace cosa de unos meses en el último trabajo que hice en su casa me dijo: "Juan, te voy a dar  el martillo zapatero del que tantas veces hemos hablado. Mi padre, un profesional de su oficio, que fabricó muchos pares de botas y zapatos, un gran hombre, desearía que estuviera con todas las herramientas de una vida…" 


Un gesto que nunca olvidaré, al contribuir con la cultura de un pueblo que nunca debería perderse.
 

Cierro el capítulo de una vida llena de recuerdos, de una mujer con la que compartí buenos momentos charlando y a la que me unió una gran amistad. Un hueco queda vació en la calle “Ancha”, un hueco y una puerta más cerrada, son muchas las que no abren. La calle principal se queda sola, faltan los que un día nos acompañaron dándole vida.
 

De paso por la vida.


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