LA MUJER
El día ocho de marzo, fue institucionalizado por decisión de las Naciones Unidas en 1975, como día Internacional de la mujer.
Cada 8 de marzo las mujeres toman las calles para manifestarse, reivindicando la igualdad de género como personas, denunciando la violencia y la brecha salarial, entre otras muchas cosas. Este año por motivos de la pandemia, las calles estarán vacías para defender sus derechos. Si caminan juntas y todos las apoyamos, la lucha será más fácil.
Este escrito es mi apoyo, mi granito de arena por la lucha de la mujer.
LA MUJER
Desde niño me fui dando cuenta de la labor que mi madre desarrollaba en la familia. Para ella todos los días del año eran iguales o muy parecidos. Siempre dándolo todo sin pedir nada a cambio. La primera que se levantaba y la última en meterse en la cama.
Cinco hijos varones o zagalones, la más pequeña, una niña y mi padre, una cuadrilla para ella sola en casa. Corrían malos tiempos y pronto tuvimos que empezar a trabajar en los cortijos en las faenas del campo. Ella, mi madre, una luchadora que encendía la hornilla antes de que amaneciera. Con amor preparaba la comida, una buena olla de potaje a fuego lento, el almuerzo que nos comíamos en el tajo. Ella no se quedaba atrás, como siempre la primera, demostrando su valía.
Después de una jornada de sol a sol llegábamos cansados al cortijo. Nosotros hasta mañana lo teníamos todo hecho, mi padre ayudaba en algunas cosillas. A mi madre le faltaba día. Se remangaba para lavar la ropa, a base de restregar con sus manos en una tabla de madera. Recoger la ropa seca y de nuevo llenar los tendederos, dejándola secar por el viento y el sol del nuevo día. Estirar el ropaje de las camas, fregar los cacharros de cocina, preparar los avíos de la comida para la cena y pensando que comeríamos mañana. Una lista diaria que nunca se acababa para ella sola. Ella una esclava, una trabajadora realizando una labor que nunca será reconocida ni pagada. Los hombres, los cabeza de familia, buenos trabajadores y preocupados de que no faltara un jornal en casa, la pobreza estaba al día y se vivía mal. Ayudar el hombre en las faenas del hogar estaba mal visto, las mismas mujeres lo criticaban, eran unos mariquitas afeminados. Una cultura que se había mamado y todavía sigue arrastrándose de generación en generación.
Los hombres somos unos afortunados que nos lo encontramos todo hecho. Nos educaron a ser unos huevones e inválidos en colaborar en las faenas de la casa. La condición de ayudar y compartir es la voluntad y la conciencia de uno mismo y siempre es escasa, por no decir nula. Un niño que pronto comprendió que todo caía en las manos de mi madre, cansada y sin poder enfermar, no tenía tiempo. En los cortijos las paredes eran de sacos unidos con costuras y puntadas de cuerdas. La intimidad no existía. Las familias estábamos informados de las alegrías y las penas. Cuando algunos hombres llegaban con una copita de más, esa noche tocaba hacer el amor, si o si. Esa mujer, cansada después de un día de trabajo y llevar la casa, una pesadilla para ella que todos tendríamos que vivirla. Las palabras bordes y la pérdida de respeto a la mujer, al querer tomarla a la fuerza, sin su voluntad. Es un ejemplo más de tantos, una realidad oculta a los ojos que no quieren ver.
Con la mirada la desnudan,
sin ver la dulzura de su alma.
Utilizan palabras tiernas,
de cariño y la soga corta.
Alardean de ser hombres,
ellas bajo sus pies.
Mujer despierta,
abre los ojos,
reivindica y lucha.
Los años van pasando y las mujeres del siglo veintiuno avanzan despacito, las administraciones las apoyan y la sociedad se implica en señalar a los culpables. A ellas, después de una jornada con el sueldo inferior al del hombre, les espera otra en casa: hacer la comida, la tabla de planchar, poner la lavadora….unas currantes cariñosas con sus hijos.
La mujer, una víctima que sufre el maltrato psicológico en silencio y físico por hombres sin escrúpulos y algunos con instinto criminal. Hombres que viven en la sociedad con mente machista, para ellos la mujer la consideran como suya y con derecho a arrebatarle la vida. Todos nos sentimos culpables cuando cada día en las noticias hablan de que una mujer más forma parte de una lista con nombres y apellidos. Víctima o violada a manos de su pareja. Pienso y me digo a mi mismo: Esos hombres, ¿no tienen madre, una hermana o una hija? ¿Les gustaría que mataran a su madre, que violaran a su hija, que maltrataran a su hermana? Creo que no se paran a pensarlo, ni a meditarlo, de lo contrario no levantarían la mano a ninguna mujer.
Si con esto ayudo, en esta sociedad, a evitar la pérdida de una sola mujer, me sentiré satisfecho porque algo va cambiando. Todos deberíamos ser madres, esposas, hijas… para comprender la labor de la mujer en la vida, los pilares de la Tierra. Gracias a todas ellas por repartir tanto amor en el mundo.
8-3-2021
De paso por la vida.
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