SIN FECHA NI DESTINO
Esta carta sin fecha ni destino está escrita con todo mi amor y el dolor más profundo a la mujer de mi vida; ella no la espera y yo no la olvido. Han pasado diez años, cuatro meses y quince días; estaba amaneciendo y los gallos cantaban, su canto era triste y frío, como una despedida. Entraba la primavera y los campos rebosaban vida, por la vieja ventana de madera medio abierta, el olor azahar de los naranjos envolvía la habitación con su aroma, y un rayo de sol traspasaba los visillos reflejando en su cara una sonrisa perdida. Con toda su lucidez sacó fuerzas de donde no había, y con voz tierna y rota pronunció sus últimas palabras para decirme que estaba preparada. Había llegado su hora. Sus manos acariciaban las mías con ternura mirándome a los ojos. Por sus mejillas corrían dos lágrimas como dos gotas de rocío, poco a poco se fue apagando en un suspiro profundo que cortaba el aire como un puñal de hoja fina arrebatándole la vida. Si grande era mi pena, más fue la suya.
Yo te perdí para siempre, tú te marchaste sola, con las manos vacías; atrás dejabas todo por lo que tanto luchaste. El día se hizo noche, el corazón añicos, y la alegría de la casa se desvanecía. Nuestro amor que nació una primavera paseando junto a la orilla del río, rodeado de álamos blancos y mimbres, el canto de los pajarillos nos arrullaba...Fue nuestro primer beso a escondidas. Tu cara sonrojada y mirada dulce me desbordó el corazón, y aquel día te jure que sólo nos separaría la muerte.
Cuando te fuiste, compañera, abuela, madre y esposa, nunca llegué a concebir tu pérdida y exclamé al mundo lo injusta que es la vida. Recordar tus palabras me consolaba….¡Hay que ser agradecidos por los años que hemos vivido juntos, no olvides que otros tuvieron peor desdicha; en esta vida estamos de paso, el momento es lo que cuenta, lo bueno y lo malo son compañeros, que igual que te dan te quitan!
La ilusión de ver nacer a tu nieta te mantuvo más tiempo a nuestro lado, grabado lo tengo en mi mente. Una paz interior y sosiego llenó un hueco en tu corazón, al ver entre tus brazos esa vida nueva que con tanta ternura acariciabas. Había llegado el nuevo relevo. Ella lleva tu nombre, María, para no olvidarte nunca. Van pasando los años y parece que fue ayer cuando te despediste. No puedo evitar derramar unas lágrimas al abrir la puerta del ropero, donde siguen colgados tus vestidos, el vestido rojo que nunca te pudiste poner esperando un soplo de esperanza; el de novia que nunca quisiste desprenderte de él. En el joyero está tu alianza de desposada, el juego con la gargantilla, los zarcillos y la pulsera que te regalé por nuestras bodas de plata. ¿Recuerdas la primera vez que nuestro amor se consumó? Fue una noche apasionada, como las olas del mar acariciando la arena, como una tormenta de verano; un amor que fue creciendo y dando su fruto; toda una vida juntos.
Durante el día me refugio en el calor de nuestra familia, siempre están ahí , cuando más los necesito, cuantas veces dicen: ¡si mamá estuviera con nosotros!
Tu nieta María es una mujercita, con tu cara y la misma sonrisa. Cada noche, cuando cierro la puerta de la casa, el mundo se me cae encima, la soledad es mi compañera, la almohada mi amiga, sólo me consuela soñar con los ojos abiertos recorriendo cada momento que vivimos juntos; espero algún día estar de nuevo a tu lado. Cierro esta carta sin fecha ni destino a la mujer de mi vida, tú no la esperas y yo no te olvido.
De paso por la vida.
Juan Reyes
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