En Silencio
Al pasar por el cementerio una voz interior me invita a entrar. No es obligación es necesidad. En la entrada principal una puerta de hierro de dos hojas. Su parte baja chapada y cogida con remaches a base de golpes de mazo. Arriba barrotes terminados en lanzas de punta fina, mirando al cielo. Pintada de color negro, negro de dolor. Cada vez que se abren las dos hojas un vecino, un amigo, un familiar lleva los pies por delante. Metido en un ataúd de madera noble. Va para un siglo abriendo y cerrando ¡Cuántos sin un día señalado y una fecha en el calendario! Voy recorriendo sus calles sin nombre ni números, en silencio y con respeto absoluto. Solo los estorninos y gorriones revoloteando y con su canto lo rompen. Están llenas de flores, unas del tiempo, otras de tela, de plástico hay muchas, no importa, todas tienen el mismo significado y ofrenda. Unas velas encendidas, unas llamas de “no te olvido”, hay momentos en que se desdibujan, figuras caprichosas que cambian con la