La Feria (1ª parte)
En mis recuerdos, los que guardo para siempre en un hueco de mi corazón, hay algunos de la feria, la feria de mi niñez y adolescencia. Desde niño la vivía cada día del año. El alumbrado, la música, las banderitas y farolillos de colores. El olor a las papas fritas, los churros, la comida de los bares, los puestos de algodón de azúcar, la pólvora quemada... El colorido llenaba todo el espacio del recinto ferial; el murmullo de la gente, de los cacharritos, el circo, las casetas, las terrazas de los bares… ¿Cuánta alegría compartida en un niño, donde todo era un mundo de magia, ilusión y juegos? La economía de mí familia era muy escasa, y el jornal que entraba era para comer. Salir los días de feria era un gasto inalcanzable, la feria de los pobres era dar muchas vueltas por la calle principal, y raciones de vista. Pocos caprichos nos podíamos permitir. Nuestros padres desde niños nos iban inculcando que tener una hucha todo el año para estos días era lo primordial, ¿pero cómo llenarla?