CON LA MOCHILA A LA ESPALDA
Caminaba despacio, con pasos cortos y sin prisas, la cabeza baja y la mirada fija a la tierra. Un garrote de olivo en su mano, para apoyar un cuerpo envejecido y cansado. Metido en su mundo, del que él formaba parte. Acompañado de su sombra. Una sombra inseparable, amiga. A su espalda una mochila llena de emociones y sentimientos, momentos de toda una vida: las alegrías y las penas, los amores y desamores, las verdades y mentiras, los amigos y enemigos, las esperanzas y fracasos, los sueños y pesadillas... Una mochila que no se ve, ni pesa. Una mochila donde lo material no ocupa espacio, está llena espiritualmente. Son los años de un viejo hombre que, con pasos cortos y sin prisas, va cargado de añoranzas y recuerdos, los suyos. Los primeros besos y abrazos de sus padres, los juegos de su niñez, el primer amor y único de su vida, el nacimiento de sus hijos, verlos crecer cada día, rodearse de los nietos… Esos pequeños detalles del día a día, que pasan a nuestro lado, y apenas valoram