La Feria (2ª parte)

El recorrido por los cacharritos de feria había terminado esta noche. Cogidos de las manos de mi padre y mi madre entramos en el paseo para ver la caseta municipal. Dos centinelas  custodian la entrada con la ropa de la policía local, serios y con las entradas en la mano. Para pasar hay que pagar, de lo contrario media vuelta o mirar desde afuera por encima del cañizo. El fotógrafo del pueblo, Carlos, se encuentra en un lado con su tradicional caballo de cartón. Un caballo muy grande y pintado de color, forma parte de la feria, como otra atracción más. La familia que disponía de un dinerillo y quería guardar un recuerdo de la feria, vestían a los niños con atuendos de flamenco y ellas de gitana. Los montaba en la jaca, y con su máquina de caballete, disparaba un fogonazo e inmortalizaba para toda la vida ese momento. Muchos vecinos guardan una fotografía montados a lomos del famoso caballo de cartón.
Continuábamos nuestro recorrido bajo el alumbrado, las banderitas y farolillos. La feria está a rebosar, todos dando vueltas y los bares medio vacíos. Las casetas del turrón tienen más aceptación y hacemos nuestra primera parada, nuestro primer gasto familiar. Unos trocitos de turrón del duro, unas bolsitas de garrapiñadas, y unos trozos de coco recién cortado. Vamos felices pegando bocados y saboreándolo sin prisas, cuando se acabe a lo mejor no pillamos nada más.
La tómbola tiene bulla todos quieren comprar un boleto para ver si son agraciados con un buen premio. ¡Una muñeca Chochona o un perrito piloto!  Utensilios para la cocina, peluches, balones, la bicicleta para el niño, etc. En el suelo no caben más boletos tirados sin premio. Éste es un buen negocio, todos participan y ellos nunca pierden. 


Hay un señor que lleva un gallo de corral en la mano, está tan vivo como él. En la otra, una baraja de cartas, con mucho arte y mucha cara va recorriendo todo el recinto ferial, de mesa en mesa, por los bares, en la caseta municipal, al que pasa por su lado, a todo el mundo quiere venderle una carta de la baraja y siempre le quedaban las últimas. Cuando terminaba, otro gallo de corral ocupaba su lugar y de nuevo con la misma cantinela. ¡Me quedan las últimas!
La caseta de tiro me llamaba la atención. Unos muchachos con los brazos en alto, sin apoyarse en el mostrador. Con su carabina de aire comprimido en las manos, mirando por la mirilla, muy atentos, sin perder de vista el palillo mondadientes, cuando lo tienen a tiro disparan partiéndolo por la mitad. ¡Qué puntería! Todavía le quedan varios disparos para conseguir su premio. ¡Cuántas horas deseando tener en las manos esa carabina de balines de plomos, como siempre, esperando ser mayor!
El puesto de las papas fritas ¡Qué alegría y que buenas estaban! Tan calentitas con su sal rociada para darle más sabor. Qué finas cortadas y metidas en su cucurucho de papel de estraza. Hay cola esperando que “La Barrabala”, con ese arte que tenía, despachara con alegría y todos nos fuéramos saboreando ese manjar que estaba al alcance de todos.
Más tarde, a partir de las doce “La Barrabala”  termina con las papas fritas y en su perol comienza a echar la masa de los tejeringos. ¿Cuántas ruedas quieres? Con dos palillos largos de madera va moviendo y sacando ruedas, con mucha experiencia las va introduciendo en un junco del río. Todos contentos menos los que solo les llega el calorcito y el olor a la masa frita.
Cogemos la calle de La Carnicería, pasando bajo su arco en dirección al río, donde se encuentra la carpa del circo. Este año viene acompañado de un espectáculo de fieras; magos, malabaristas, payasos, acróbatas, etc. Tiene una taquilla impresionante llena de colorido, unas pancartas a los lados donde los leones parecen que se van a salir del cartel.  Los altavoces no paran de anunciar la programación que podemos disfrutar esta noche por un precio muy económico. En la entrada una valla de madera y el portero controlando que nadie se cuele sin pagar. Dos trabajadores atentos, van dando vueltas y mirando por debajo de las lonas de la carpa. Hay muchos que están esperando el momento justo para colarse sin entrada. Las sillas muy juntitas formando hiladas desde la primera a la última rodeando la pista, los focos, las redes, etc. Una fantasía creada en un espacio donde niños y mayores por unas horas vivirán en un mundo lleno de ilusión, dejando volar la imaginación. Desde afuera nos conformábamos  escuchando al presentador decir:  “El espectáculo va a comenzar.”
Una feria que comenzaba con la diana, el pasacalles y el repique de campanas. Por las mañanas y las tardes las actividades de la programación que organizaba la comisión de festejos. La carrera de sacos, la carrera de cintas en bicicleta, la cucaña, los juegos infantiles, los encuentros de fútbol amistosos, etc.
La primera noche para la proclamación de la reina y damas de las fiestas en la caseta municipal. Los concursos de sevillanas, concursos del baile de la escoba, del botijo, de la silla, etc. Los pasodobles, los bailes por sevillanas, canción española, etc.
En la entrega de premios, todos los ganadores subían al escenario con la ilusión de recogerlo a manos de la reina y las damas, recibiendo los besos de las más guapas del pueblo. Todos los vecinos aplaudían esos momentos por participar y hacer más grande nuestra feria, una feria  donde éramos una familia y se compartía mesa y colchón.
La alegría corría por la calle Principal con el dinero justo y las raciones de vista. Corrían los sentimientos tras su patrona ese día paseándola por sus calles. Un pueblo que se volcaba humildemente para celebrar las fiestas populares en agosto.
Mis recuerdos son muchos, tantas ferias vividas, los más bonitos de niño, cogido de la mano de mis padres, todos juntos. Mis primeras salidas con los amigos empujando los caballitos, montando en las voladoras, soñando que algún día me montaría en el carrusel. Asomado al mostrador de la caseta de tiro observando y escuchando el ruido de los plomos dando en la chapa, rebuscando las papeletas de la tómbola tiradas en el suelo, a ver si tenía suerte, buscando una oportunidad,un hueco para entrar al circo. El dinero de la hucha pronto se acababa y los bolsillos vacíos, era feliz.
La última noche con la tira de cohetes, la gente se arremolinaba en la calle Principal para ver y escuchar la traca que arrancaba en la puerta del ayuntamiento viejo y terminaba en el paseo con el zambombazo, anunciando que la feria llegaba a su final.  

De paso por la vida.

Juan Reyes.                                 



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