LA CARA NORTE DE NUESTROS PARAJES

 Habían pasado más de cincuenta días, desde la última vez que me calcé las botas de campo. Los motivos todos los sabemos y hemos vivido con el confinamiento, privados de una libertad no deseada por culpa del COVID-19. Cada vez que me acercaba al zapatero, se me quedaban mirando mis botas de campo, acostumbradas a patear por todos los contornos de nuestro término. Ellas conocen cada palmo de los arroyos, los cerros, las márgenes del río, la sierra, las ruinas olvidadas, el valle...sin importarnos las inclemencias del tiempo. Los días de verano aprovechamos el fresco de la mañana y las vistas del sol naciente en el horizonte. En las horas de más calor, bajo mi sombrero, caminamos por los senderos con pasos más ligeros buscando una buena sombra, para hacer una parada y tomar un trago de agua. Los días de otoño paseando bajo la arboleda del soto, las hojas caían formando un manto de colores, al pisar, nos rodeaba una magia, parecía que estábamos suspendidos, flotando y metidos en un cuento. Todo se partía en pedazos al sentir crujir la hojarasca. En los inviernos, el blanco de la escarcha se derrite a nuestro paso. Los bancos de niebla abrazan la sierra, acariciando las aguas dormidas del río. Una estampa del paisaje de fotografía. En la primavera las palabras sobran, la flora pone una nota de encanto, alegría, tonalidades, aromas… la fauna entona su canto de amor y cada especie busca aparejarse para seguir procreando. Solo hay que escuchar y abrir los ojos para sentir lo hermosa que es la vida. Como siempre, con mi mochila a las espaldas, mi bastón de acebuche, el sombrero de paja y mis botas de campo.

Hoy caminaremos por los parajes de la cara Norte del término. En la entrada a la finca “La Cabreriza”, o “Dehesa de Pedernale” de la Junta de Andalucía. En la portada de la cancela solo quedan los pilares de obra, revestidos con mortero y del color de la cal no se acuerdan. Salimos en el carril cortafuegos o de servicio a la propiedad, este carril va bordeándola y se adentra en algunas zonas del paraje para morir en el punto de salida. Una valla con postes de madera y una alambrada de púas va marcando y deslindando la finca. El camino que pisamos es de margas blancas y se conserva en buen estado para pasear. Iniciamos la ruta y vamos dejando a mi izquierda un mar de olivos. Van alineados, según las fincas, en el paraje de “Las Rentillas”. A la derecha, un cerrillo cubierto de pinos. A unos cincuenta metros de la salida, nos encontramos, junto al camino, el brocal de un pozo abandonado con fábrica de ladrillo sobresaliendo del suelo más de un metro cincuenta. Un abrevadero lo abraza y la maleza lo rodea. El fondo del pozo seco y cubierto de basuras. Hace años, el ganado pastaba libre por estos cerros, los cencerros se escuchaban cada vez más cerca, los animales llegaban con prisa y sedientos. El pastor tiraba de la cuerda que se deslizaba por la carrucha. El agua se derramaba del cubo y el abrevadero medio lleno. Los animales se apretujaban unos contra otros para sosegar la sed.

En Cerro Blanco, el suelo es de margocalizas y cubierto de matorral de monte: romeros, lentiscos, albaida, coronilla de fraile, romero blanco, alcaparras… todo fresco y nuevo. Yacen los cuerpos de los pinos muertos por las llamas en el cerro. El hombre, a veces con su malicia, actúa sin corazón y sin cabeza. La solución a su problema es prenderle fuego a la naturaleza. Los pinos calcinados dan fe del delito, tumbados sin vida… Con las últimas aguas caídas de esta primavera, las plantas se han vestido para festejar mayo. Las herbáceas llenan cada palmo de color: las margaritas blancas y amarillas, las malvas silvestres, las moscadas, el pinillo almizclado, la lengua de gato, la viborera... Seguimos caminando, la alambrada y un olivar cruzan el carril de servicio, se adentran en el paraje natural para acariciar los pinos. La naturaleza es nuestra compañía, las jaras grises, el almoradú, los cardos gigantes, el marrubio blanco, el espino negro… una mañana primaveral llena de regocijo. Decidí descansar al lado de unas ruinas, unas paredes a media altura, fabricadas en mampostería con material de la zona. Los restos de un cortijo o una cabreriza del siglo pasado. Por estos parajes la agricultura y la ganadería era una fuente de vida. A veinte metros de las ruinas, entre la maleza, unas colmenas. El zumbido de las abejas se escuchaba, unas entraban y otras salían. Todas acarreando el polen en sus patas y abdomen. Haciendo uno de los actos más beneficiosos para las plantas, polinizando las flores y con ello la conservación de la Biodiversidad y sus ecosistemas. La naturaleza es un libro abierto dónde vas aprendiendo y descubriendo la importancia de cada especie. Cada una contribuye en la evolución de la vida. El canto de las aves mosquiteras, el reclamo de la perdiz roja, los conejos en los machones y cruzando el camino, el lagarto ocelado tomando el sol… Vamos cuesta arriba buscando la cima del “Cerro Monigotes”, a la izquierda el arroyo “Del Agua” y la alambrada de púas. Al otro lado del cauce los olivos del “Cortijo Burraco”. En este arroyo brota el agua de un acuífero y las ruinas de una vivienda un poco más arriba. Este manantial ha sido utilizado por el hombre desde antaño para su consumo. Los badolatoseños en verano, en el tiempo de la recolección de la alcaparra, llegaban sedientos para calmar la sed. Los cazadores llenaban la pililla y los perros con la lengua fuera se tiraban de cabeza. Hoy el brocal del pozo parece una maceta, sembrada de carrizos con una altura de más de cuatro metros. El abrevadero o pililla, una cementera cubierta de vincas, los lentiscos, coscojas y la vinca se han apoderado de la frescura de sus aguas. Unas plantaciones de encinas en medio de las laderas, los protectores de color blanco, resaltan en la frondosidad. Encinas que, de nuevo, ocupan el espacio perdido, el que el hombre le arrebató con su desmonte. Cada año se repite la misma historia. Sin pedir cita, unos cobardes, sin escrúpulos, prenden la mecha. Unas manos están detrás de cada acción para acabar con la vida de estos parajes. Muy cerca de la cima del “Cerro Monigotes”, a mi derecha, la “Cañada del Ahorcado”, cubierta por un matorral tupido de espartales; el espino negro, el romero, las aulagas, la retama estrellada y algunos pinos. Todo quedó carbonizado por las llamas en la última hazaña del verano del 2020. En la cumbre, a 425 metros sobre el nivel del mar, el segundo punto más elevado del término. Hay una torre metálica que alcanza veinte metros de altura. Dónde los agentes forestales vigilaban y controlaban los incendios en verano. Desde arriba, alcanzando una panorámica de 360º en medio de Andalucía. Cuatro provincias se divisan en el horizonte, en los días despejados: al Norte la campiña cordobesa, al Este, Sierra Nevada de Granada, al Sur, la Cordillera Antequerana de Málaga, al Oeste la campiña alta sevillana. En este punto encuentro paz y libertad, observando el vuelo del águila perdicera, los cernícalos, los cuervos y los vencejos… Me bajo de mi nube voladora para mirar el “Cerro del Viento”, dónde en tiempos pasados se encontraba el cortijo “San Marcos”. Dicen que “¿era un sanatorio para curar a las personas con problemas asmáticos y de tuberculosis?” Hoy en su lugar se encuentra una balsa, vallada y un seto de tuya piramidal, embalsando el agua del Genil, para regar los olivos de la finca “Burraco”. Bajo de la torre y seguimos caminando. La alambrada de púas está presente. Alambradas para prohibir el paso, una trampa para los animales y los perros de caza son las víctimas más frecuentes cuando corren tras la presa. No hay legalmente una prohibición a su colocación… Se queda a mi izquierda, paralela al carril de servicio. A la derecha, un pinar alineado como soldados, los que me acompañaran en lo que queda de ruta. Bajo los pinos, un suelo estéril y cubierto de las hojas alargadas como agujas, unas hojas que tardan en convertirse en materia orgánica. Sus copas frondosas forman un techo y no dejan pasar los rayos del sol. Las plantas no nacen y todo muere a la sombra tupida de los pinos carrascos. Vamos bajando rodeados del pinar, la alambrada sigue su cometido: ir marcando la linde, por el “Hoyón”, el arroyo “Pedro”, el arroyo “Povedano” y morir en la cancela. Hay restos de barbacoas a los lados del camino. Algunas familias acostumbran los domingos a disfrutar de este paraje. Hay muchos vecinos que por motivos físicos o por desconocimiento no lo han pisado en su vida. Hay tanta belleza paisajística y riqueza en flora y fauna que merece la pena hacer un hueco un día y aprovechar la oportunidad que la naturaleza nos ha regalado. El recorrido va llegando a su fase final. Solo me queda pasar junto a “La Cabreriza”. Como su nombre dice, un cortijo con unos corrales inmensos para el ganado lanar y cabrío. Recuerdo de niño ver el rebaño de ovejas pastando y el pastor con su perro guiándolas. Una familia del pueblo vivía allí. La mujer tenía como apodo “La Crista”. Unos caseros que pasaron por la finca hace más de cuarenta años. Los últimos dueños se dedicaron a la ganadería caballar. La primera dehesa del término, el primer desmonte para el ganado en la cara norte de nuestros parajes. Hoy, la cabreriza son unas ruinas más. Solo van quedando las paredes y los corrales, todo destrozado por el hombre y el abandono. Hay unas colmenas a su lado. Las abejas son las dueñas, las encargadas de vigilar y polinizar cada flor de los alrededores del cortijo “La Cabreriza” o “Dehesa de Pedernale”, en la cara Norte del término….

De paso por la vida.

Comentarios

  1. Gracias amigo Juan, por tus conocimientos de la naturaleza. Reflegando sentimientos inolvidables sobre él citado paraje que tantas gentes vivieron y disfrutaron de el, un tiempo pasado que quizás algún día se convierta en realidad.

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