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Mostrando entradas de julio, 2021

La Feria (1ª parte)

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En mis recuerdos, los que guardo para siempre en un hueco de mi corazón, hay algunos de la feria, la feria de mi niñez y adolescencia. Desde niño la vivía cada día del año. El alumbrado, la música, las banderitas y farolillos de colores. El olor a las papas fritas, los churros, la comida de los bares, los puestos de algodón de azúcar, la pólvora quemada...  El colorido llenaba todo el espacio del recinto ferial; el murmullo de la gente, de los cacharritos, el circo, las casetas, las terrazas de los bares… ¿Cuánta alegría compartida en un niño, donde todo era un mundo de magia, ilusión y juegos? La economía de mí familia era muy escasa, y el jornal que entraba era para comer. Salir los días de feria era un gasto inalcanzable, la feria de los pobres era dar muchas vueltas por la calle principal, y raciones de vista. Pocos caprichos nos podíamos permitir. Nuestros padres desde niños nos iban inculcando que tener una hucha todo el año para estos días era lo primordial, ¿pero cómo llenarla?

A LA SOMBRA DE LOS ÁLAMOS NEGROS

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A la sombra de los álamos negros escuchaba caer el agua por las chorreras, una catarata artificial del embalse Malpasillo.    Las palomas bravías picotean las algas de la chorrera, solo rompen el silencio el gorjeo y el aleteo al arrancar el vuelo.  Unas carpas saltaban en las aguas dormidas, tras un moscardón de verano cansino.  Las sombras de los álamos negros se bañaban serenas,  arropadas por el follaje espeso del bosque de ribera.    Unos mimbres acariciando la grama fresca. Los tarajes decorando el soto  y los carrizos revistiendo la orilla. Los juncos y aneas no podían faltar y las adelfas y salicarias floridas.  Las cicutas y la zanahoria silvestre sobresalen, buscando los rayos del sol. El poleo menta y la hierba buena silvestre me envuelven con sus aromas a la sombra de los chopos negros, junto al álamo blanco y la higuera bravía.  El día viene alegre. El sol aprieta en julio. La frescura de un manto de agua, el verdor de la vegetación, la sombra de los álamos negros. Una mañ

ENCARNA “LA DEL ZAPATERO DE LUCENA”

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Hay fechas para todo. El día nueve de julio es una más. Este día lo recordaremos por un doble motivo: de tristeza al despedir a un ser querido; de alegría por compartir tantos años junto a sus amigos y familia. Despedir a una amiga, por muchos años que tenga, no es agradable. En este caso Encarna estaba viviendo sus noventa y cuatro. ¿Cuantos decimos “¡Ay, si yo los pillara!”? Cumplir años es buena señal, pero no es todo si vives mucho y mal. Lo importante es tener salud, saber disfrutar el momento y compartir la vida con la gente que quieres y te quieren.   A Encarna la conocí hace tiempo. Mi profesión de albañil fue la razón para entrar un día en su vida. Esta mujer tenía un temperamento fuerte y una sonrisa agradable, así conseguía que un albañil arreglara los desperfectos de su casa. Fue naciendo una amistad cada vez más grande. Mi trabajo le gustaba y mi comportamiento con ella.   Encarna era una persona encantadora para todo el mundo. No podía tener enemigos a no ser por envidia

El Cerezo de las Huertas de la Manga (Último capítulo)

Era una tarde a finales de la primavera y entrada del verano. Una bandada de estorninos se dejó caer en las huertas de La Manga. Después de un día en ayunas, vieron unos frutos rojos y carnosos en unos cerezos. Con tanto apetito y ansia picoteaban, que despertaron al pobre hortelano de su siesta.  Con los brazos en alto gritaba, y del susto un estornino se tragó un hueso. En medio de la noche y con la barriga descompuesta el animal al evacuar el hueso  resolvió su problema. Un hueso que encontró un ratón de campo en una noche oscura. Que una lechuza lo atrapó en silencio con sus garras y volando chocó con un cable eléctrico. Con suerte se libraron los dos de la muerte y el hueso calló en medio de una herriza donde germinó. Un cerezo que fue creciendo despacito rodeado de vegetación de monte bajo. Él preguntaba por todo y su gran ilusión era ver los cerezos de las huertas La Manga. Habían pasado quince años con sus días y una mañana tuvo una visita inesperada. El hortelano que gritó con